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Muerte de Miguel Cabrera: novohispano extraordinario y maestro de pintores

16 de mayo de 1768

Hijo adoptivo de humilde casta, Miguel Mateo Maldonado y Cabrera crece en casa de sus padrinos mulatos, y de su desconocida cuna indígena llega a un colegio jesuita, a pintar para el arzobispado y a retratar dos imágenes caras a la nación mexicana: la Virgen de Guadalupe y sor Juana Inés de la Cruz. La obra de Cabrera le da un sesgo criollo-mexicano a la arquitectura y la pintura que enfrentaba a Gian Lorenzo Bernini y a Francesco Borromini, además de integrar conocimientos sobre perspectiva de Andrea Pozzo. Por ejemplo, en San Francisco Xavier, Tepotzotlán.

El 16 de mayo de 1768 murió un hombre extraordinario que dejó huella en la sociedad virreinal, donde desarrolló su pintura y su pensamiento. Nacido probablemente en 1695, huérfano de padres, quienes lo abandonaron en Antequera (Oaxaca), donde una pareja de mulatos lo apadrinó, es considerado el máximo exponente de la pintura virreinal novohispana del siglo xviii.

Llegó a la Ciudad de México en 1719 y en un colegio jesuita comenzó a educarse. Fue entonces que el arzobispo Miguel Rubio Salinas lo acogió y promovió su talento. Al arte se acercó ya mayor, pero los estudios que había hecho antes explican que además del arte sacro y el retrato, innovara en la pintura de castas y que fuera un precursor del género académico en el que describe escenas bíblicas. Hizo también diseño de retablos o túmulos funerarios y escribió su obra titulada La maravilla americana y conjunto de raras maravillas observadas [...] en la prodigiosa imagen de Nuestra Sr.ª de Guadalupe (México, 1756). Pintó entonces la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que recibió Benedicto XIV, el papa 247° de la Iglesia católica en 1758.

Cabrera había fundado en 1753 la primera academia de pintura de México. Entre sus obras podemos distinguir inmediatamente los cuatro lienzos ovalados del crucero de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, la Virgen del Apocalipsis de la Pinacoteca Virreinal, el retrato de sor Juana Inés de la Cruz pintado en 1750, muy característico del arte novohispano.