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Pertenencia y orgullo de clase: el barrio

Hoy en día es común entre los jóvenes que cuando en una situación inesperada alguno no sabe cómo resolver un problema menor en la calle, se le hace el fraterno reproche replicando: “te falta barrio”. Esa implicación que señala e iguala va más allá de las fronteras nacionales y se usa también entre los migrantes, que ya en los Estados Unidos se siguen llamando “El Barrio”. Del barrio es cualquiera nacido en la marginación y cuya historia de vida lo inscribe en un colectivo desde el que el esfuerzo, la pobreza y el desplazamiento son constantes que se asumen con orgullo y fiereza.

La clase media se resiste donde estratos más pretenciosos rechazan definitivamente el mote: lo que “barrio” describe en primera instancia es adscripción marginal. La definición no es estrictamente geográfica, ni supone tampoco el trazo de fronteras. Se trata de una retórica para los que han hecho del mismo sitio, y por varias generaciones, panorama y plural inclusivo. Del barrio son los migrantes a los Estados Unidos, del barrio es quien camina tranquilo por la ubicación de los miedos y prejuicios de ciudadanías más acomodadas (La Merced, por ejemplo).

Los integrantes de estas comunidades se reconocen como gente de trabajo, capaces y dispuestos a realizar tareas que, por sus características, otros preferirían no asumir, ya sea por el esfuerzo que implican o por el riesgo que conllevan. La conciencia del oprimido rechaza las definiciones del otro, su moralina y recelo. Los barrios comparten como rasgo común la carencia económica y el protagonismo desde la pobreza y las condiciones difíciles para la sobrevivencia, la violencia en diversos registros como acompasamiento para la narrativa propia, la de la familia, los amigos, la memoria colectiva de ese lugar y de los que desde ahí han partido.