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Las revistas médicas en la memoria histórico-científica de México
Las revistas médicas en la memoria histórico-científica de México
Elena Ramírez de Lara
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina Facultad de Medicina, sede Palacio de Medicina, UNAM

Las revistas médicas son parte de nuestra memoria histórico-científica. El cuerpo de conocimientos que constituye la práctica médica actual es producto de un largo esfuerzo de observación, experimentación y comunicación de una comunidad profesional internacional de la que nuestro país es parte. Tal proceso ha dejado diferentes tipos de testimonios a lo largo del tiempo, pero en este texto nos centraremos en un tipo de fuente histórica con más de 300 años de antigüedad que se volvió fundamental para la comunicación científica y médica a partir del siglo xix; se trata de las publicaciones periódicas o revistas especializadas a través de las cuales es posible reconocer las ligas del cuerpo médico mexicano con el mundial. Desde su aparición en Europa, las publicaciones periódicas incluyeron en sus páginas parte de los textos o reseñas de otros impresos, lo que en buena medida contribuyó a que se les conociera genéricamente como revistas. Su secuencia permitió segmentar textos de gran tamaño y publicarlos por entregas, o bien, dar seguimiento a debates, actividad fundamental en el quehacer científico. Estos elementos pudieron funcionar gracias a un mecanismo de intercambio, llamado canje, y contribuyeron a fortalecer comunidades científicas más allá de las fronteras.

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Estudios acerca de los intercambios entre revistas médicas han mostrado que, desde el siglo xix, los médicos mexicanos tenían acceso a las novedades científicas de otras latitudes, hasta donde enviaban sus propios trabajos. A su vez, las revistas nacionales incluyeron entre sus autores a numerosos galenos y otros profesionales de la salud residentes en las más distantes localidades del país, cuyas observaciones en consultorios, hospitales, boticas o laboratorios, al ser publicadas, podían integrarse al debate médico internacional. Esta red sostenida por las publicaciones también era veloz, pues se ha descubierto que en sólo unas semanas eran replicados los textos en países diferentes1, lo que no es desdeñable en una época en la que el transporte del correo se hacía en carretas, barcos y ferrocarriles. 

Estos intercambios contribuyeron a dar renombre a la medicina mexicana en el concierto internacional, por ejemplo, los Archivos de Cardiología2, del Instituto Nacional de Cardiología, mantuvieron canje con publicaciones similares alrededor del mundo, lo que seguramente influyó para que, después de la Segunda Guerra, este centro recibiera gran cantidad de estudiantes de diversos países3.



Los editores, colaboradores y autores de las publicaciones eran los mismos médicos, quienes aprendieron este trabajo integrándose a los equipos de redacción. En ocasiones, al alcanzar un buen dominio de las labores editoriales, decidieron fundar sus propias revistas4. La mayor parte de estos participantes no recibieron un salario por su trabajo, lo que se convirtió en una aportación altruista a la ciencia, a veces, incluso invirtieron en sus empresas editoriales su patrimonio personal o los sueldos que recibían por su ejercicio profesional.

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Las revistas se convirtieron en un medio de actualización indispensable para los médicos porque se enteraban tanto de las novedades en su campo como de aspectos sociales u otros de su interés5. Por ello se reunieron grandes colecciones, tanto en las bibliotecas de las escuelas de medicina, como en las instituciones de ciencias y de salud. No obstante, la velocidad de la producción científica, así como la necesidad de información actualizada y confiable, facilitaron que las publicaciones periódicas sufrieran una rápida obsolescencia. Por otro lado, la multiplicación de títulos y los limitados espacios para conservarlas han contribuido a la rápida desaparición de importantes colecciones hemerográficas.

Es necesario reflexionar acerca del gran valor histórico que estas publicaciones podrían tener, antes de desecharlas. Además de ser una fuente de información médica, nos permiten conocer las dinámicas del conocimiento, sus avances y retrocesos, la extensión e interacciones de su comunidad, así como sus intereses, recursos y debates. Vale la pena tomar medidas para preservar y difundir estos materiales, que son parte de nuestra memoria histórico-médica.

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